Catástrofe de Torremontalbo
“La Rioja”, 28 de junio de 1903
Ayer,
a las cinco de la tarde, se tuvieron las primeras noticias de una gran
desgracia. El tren correo que debía llegar a Logroño a las cuatro de la
tarde…”
Un guardia civil muerto por agotamiento
Era
el marco ideal para una bonita catástrofe: puente sobre el río,
ferrocarril, locomotoras tronantes, vagones de mercancías y de viajeros,
vapor y fuego; exceso de velocidad, una curva y el río abajo
discurriendo sobre pedruscos de grava. En los alrededores,
Torremontalbo, con su castillo medieval y su conde incluido. Sucede el
descarrilamiento, un jornalero lo barrunta y da la alarma, enseguida
acuden gentes voluntariosas e inexpertas a rescatar a gentes malheridas o
muertas. Auxilio para los atrapados en la trampa de hierro y madera que
era el tren precipitado desde el puente sobre el cauce del Najerilla.
El campo achicharrado de sol, la mies aún sin cosechar, los labradores
bajan al río a socorrer a sus semejantes y también los poderosos: la
resuelta Conchita Manso de Zúñiga, hija de los condes de Hervías, que
tiene cerca casa y castillo, acude en socorro de los heridos y luego su
padre, el conde de Hervías, con criados y jornaleros.
–¿Y a éste qué le pasa?
Medio
sentado, medio tendido, un hombre vestido con una guerrera yacía
desmayado, cubierto de sudor y polvo. El individuo tenía aferrado en su
mano un inconfundible tricornio, era un guardia civil. Se acercaron dos
campesinos que colaboraban en los socorros.
–Este tipo lleva horas así, a ver si va a estar muerto– observó uno de ellos, que portaba un palo.
Aquellos dos lugareños se acercaron y sin ninguna delicadeza le hurgaron en la tripa. El hombre desfallecido parpadeó.
–¿Le pasa algo?– le gritó el del palo.
Le respondió un quejido.
–Mira, míralo, muerto no está, se ha movido, abre un ojo.
Entonces, el cuerpo vencido se removió, abrió los párpados y musitó: “Agua, quiero agua”.
El del palo dio un respingo y dijo: “Llama a Isidrín, que lo reconozca”.
El
de la vara se quedó observando al guardia, el otro fue en busca del tal
Isidrín, el sanitario, para que examinara a aquel hombre casi muerto.
Isidrín,
que era mozo de botica, ordenó: “Quitarle la guerrera, que no le dé el
sol, está muy malo. Hay que bajarlo a Cenicero cuanto antes”.
–No se preocupen por mí –susurró el guardia–, sólo quiero agua, me abrasa la sed.
Lo
llevaron a Cenicero y en el hospital improvisado aguantó su organismo
unas horas. Exhausto por los esfuerzos, consumido por la fiebre, el día
30 fue auscultado por un médico, a las tres horas otro doctor muy
ilustrado aseguró: “Este hombre está muerto”.
En el listado de fallecidos por el descarrilamiento no figura Manuel Castor Aguirre, el benemérito guardia civil perteneciente
al puesto de Badarán. El juez Santiago Verde, que procedió a la
inscripción de las defunciones, contabilizó 43 fallecidos. Omitió al
número 44, que correspondía al guardia muerto en acto de servicio y que
no era víctima directa del accidente ferroviario, de la catástrofe de
Torremontalbo.
(Textos del periódico diario “La Rioja”, 7 de julio de 1903,
y del Catálogo de la Exposición “Héroes por accidente”
escrito por Marcelino Izquierdo Vozmediano.”)
“El
sufrido y valeroso guardia civil Manuel Castor Aguirre, perteneciente
al puesto de Badarán, recibió en ese pueblo, el día 26 por la noche, la
orden de sus jefes para marchar a San Vicente de la Sonsierra
con objeto de formar allí una reconcentración que pudiese acudir, con
motivo de las huelgas, a cualquier punto del partido judicial de Haro”.
Los 28 kilómetros del trayecto de Badarán a San Vicente los cubrió a pie bajo el sol abrasador de aquel comienzo de verano. “Pensando
en acostarse en su alojamiento de San Vicente, recibe, al anochecer de
ese mismo día 27 la noticia del descarrilamiento, con la orden de acudir
al puente Montalbo, a donde marchó al instante con 15 compañeros”.
El guardia civil Castor Aguirre cubre a paso ligero el recorrido de estos otros 15 kilómetros, apurado por las trágicas noticias que le han comunicado sus superiores.
Pese al calor asfixiante dentro del uniforme, el guardia se incorpora a su misión nada más llegar al puente.
“Allí prestó servicio todo el día 28, la noche del 28 al 29 y toda la
mañana del 29. Desfallecido, el guardia civil fue retirado a Cenicero,
“casi deshecho”, pasó muy mala noche, pero no quiso molestar a los
médicos, por la consideración de que estarían rendidos por su trabajo”.
“La primera y única visita facultativa la recibió el día 30 a las seis de la mañana”. Tres horas después, el número de la Guardia Civil Manuel Castor Aguirre falleció víctima de la fatiga, sin ninguna herida aparente”.
Y añadía nuestro periódico:
“¡Admirable holocausto, que resalta mucho más imponderable comparándolo
con la incuria y la inercia, la dejadez y el abandono en que el Consejo
de la Compañía
del Norte, propietaria del tren descarrilado y de la línea ferroviaria,
ha estado sumido días enteros, sin procurar elementos de salvación, ni
ayuda ni socorros de ningún genero…”
Y como una apostilla el periodista aseveraba: “…Muy pronto cumpliremos todos el deber de reclamar responsabilidades si las hubiere, que las habrá…”.
http://blogs.larioja.com/la-mala-vida/2011/1/16/-p-class-msonormal-st/
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